La secta de los davidianos, quienes se refugiaron en el campo (en la hacienda Monte Carmelo), eran un grupo de ex adventistas del séptimo día que salieron de la organización y se fueron a vivir al campo con sus familias. Ellos vivían en un lugar apartado, en una hacienda, hasta que un día el gobierno de los Estados Unidos (bajo el mandato de Bill Clinton) asedió el lugar durante varios días, hicieron guerra psicológica, tanto a mujeres como niños y hombres cristianos, y al final mataron a casi todos. Mataron mujeres, niños y hombres cristianos, por el delito de haberse salido del sistema y de la religión organizada.
Posteriormente el presidente de entonces, Bill Clinton, dijo en conferencia de prensa que la masacre de los davidianos debe servir de ejemplo para todos aquellos que están pensando unirse a alguna "secta" o "culto." Ellos llaman "secta" o "culto" a cualquier grupo religioso que no está registrado con el Estado.
La masacre de Waco sirvió para despertar a mucha gente sobre la realidad de que el gobierno norteamericano se encuentra bajo el control de Roma, por medio de los jesuitas infiltrados en la que fuera una nación protestante.
Bill Clinton, es un jesuita graduado del colegio católico St. John's y de la universidad jesuita de Georgetown. Fue miembro de la orden de DeMolay, pero no llegó a convertirse en masón.
Fuente: Spiritually Smart
El lider de este grupo era David Koresh, y fue acusado de hacerse pasar por Cristo, de poligamia, se les acusó de abuso de menores y finalmente de almacenar ilegalmente armas. Pero todo esto fue una serie de mentiras que se usaron como excusa para que la gente no sienta compasión hacia la masacre que veían por televisión.
Hay varios documentales que salieron en los años posteriores a la masacre donde los mismos agentes del FBI revelaron la verdad, ya que incluso habían dicho que el incendio fue un "acto de suicidio" según la versión "oficial." Pero ha quedado comprobado que el incendio fue causado por el FBI.
Dick Morris, el que fuera un consejero de Bill Clinton durante su gobierno, en una entrevista a la cadena Fox reveló que Bill Clinton orquestó toda la operación en Waco.
Fuente: https://youtu.be/TQkbbR_B5j8
Documentales en inglés sobre Waco:
Fuente: https://youtu.be/PQ1b-PHdFZU
Fuente: https://youtu.be/ABiCv_KP1BA
Pero también hay quienes indican que fue en realidad la propia Hillary Clinton quien ordenó la masacre.
Fuente: https://youtu.be/0UdfN8hZQvI
La siguiente es una investigación del escritor y periodista español Santiago Camacho, que forma parte de su libro 20 Grandes Conspiraciones De La Historia:
La masacre de Waco, la otra matanza de Texas
- La matanza de Waco fue debida, más que al fanatismo de los davidianos, a la negligencia y saña de las tropas federales.
- Los davidianos tendieron una emboscada a los federales. David Koresh había recibido una misteriosa llamada telefónica anónima avisándole de la llegada de los agentes federales, una llamada en la que se le advertía que más que una redada aquello iba a ser una masacre ya que los agentes tenían órdenes de disparar primero y preguntar después.
- Durante el asedio, con las mismas técnicas que ya habían empleado para sacar a Manuel Noriega de su fortaleza panameña, los federales apelaron a toda una variedad de elementos de guerra psicológica contra los sitiados.
- Está filmado cómo los federales dispararon contra las personas que intentaban escapar de las llamas.
- Durante el proceso judicial se manipularon las pruebas para encubrir presuntas actuaciones criminales por parte de las autoridades.
“Señor, ¿usted va a venir a matarnos?”. Ésta era la angustiada pregunta que hacía por teléfono a un negociador del FBI un niño de corta edad sitiado junto a sus padres y alrededor de un centenar de personas más en el rancho Monte Carmelo en las afueras de Waco, Texas.
Apenas unos días más tarde, casi todos ellos yacían muertos entre las ruinas calcinadas del edificio como resultado de la intervención policial más desastrosa de la Historia estadounidense.
El 19 de Abril de 1993, en un rancho asentado en las llanuras de Waco, Texas, los miembros de la secta conocida como los davidianos fueron prácticamente masacrados en lo que constituye posiblemente la intervención más vergonzosa de la Historia policial estadounidense, ya de por sí violenta. Cuando por fin se despejó el humo del voraz incendio que se cebó en el rancho Monte Carmelo, casi noventa civiles yacían muertos, carbonizados entre las ruinas. La matanza había sido dirigida por los responsables de la ATF (oficina de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego) y requirió la intervención de más de un centenar de agentes venidos de diferentes puntos de Estados Unidos y que habían recibido entrenamiento militar en Fort Hood para la ocasión. Llegaron hasta el lugar del asalto en un convoy de sesenta vehículos, apoyado por tres helicópteros de la Guardia Nacional, un avión de combate y vehículos blindados.
Tal despliegue de medios de destrucción en una operación policial, siendo extraordinario, no es ni mucho menos un acontecimiento inédito en Estados Unidos. Las autoridades de este país nunca se han caracterizado por su paciencia con los grupos armados de ningún tipo y así lo han demostrado en repetidas ocasiones. Han sido varios los grupos radicales de izquierda, de derecha o religiosos masacrados con saña y precisión. Los miembros de la organización terrorista conocida como Ejército Simbiótico de Liberación -célebres por el secuestro de la rica heredera Patricia Hearst, que más tarde se uniría al grupo protagonizando el más espectacular caso de síndrome de Estocolmo de la Historia- murieron carbonizados en su cuartel general de Los Ángeles en circunstancias parecidas a las de los davidianos. El tiroteo y la muerte de los terroristas fueron televisados en directo a toda la nación.
Gordon Kahl, un evasor de impuestos perseguido por la muerte de un policía, sufrió la misma suerte y murió abrasado entre las llamas. Otro extraño y fatal incendio se declaró durante la captura del ladrón de bancos y líder del grupo conocido como “La orden” Robert Matthews, que también pereció en el incendio. Mejor suerte tuvieron los 80 miembros de la Alianza de la Espada, un grupo de fanáticos religiosos que sufrió un asedio muy similar al de los davidianos y se libraron por poco del fuego.
Claro que todos estos casos palidecen ante el hollywoodense bombardeo aéreo que en 1985 sufrieron los miembros del grupo radical negro MOVE en Filadelfia. La insólita acción -era el primer bombardeo aéreo jamás llevado a cabo en territorio continental estadounidense- se saldó con once muertos y dos bloques de edificios convertidos en ruinas. Aunque si de acciones contra los radicales de color se trata la palma se la lleva la muerte de Fred Hampton, líder de los Panteras Negras, abatido a tiros por la policía de Chicago mientras dormía plácidamente en su cama a las cuatro de la madrugada. Si mencionamos estos casos es porque éste es el contexto histórico y social en el que debemos enmarcar lo sucedido en Waco.
En otro orden de cosas, la masacre de Waco también tiene cierta relación con la tragedia ocurrida en Jonestown (Guayana) quince años antes, ya que ambas fueron vendidas a la opinión pública como sendos suicidios masivos cometidos por sectas y sobre ambos pesa la sospecha de que la verdad pudo ser sutilmente distinta. Como en el caso del suicidio de Jonestown, tras la tragedia de Waco la versión oficial de los hechos se asentó en la opinión pública con asombrosa rapidez, no dejando prácticamente espacio informativo para el planteamiento de otras hipótesis. Las palabras clave de esta liturgia se repetían hasta la náusea en los medios de comunicación: secta, pedofilia, comuna, fanáticos, suicidio en masa, sociópatas... Así, la opinión pública quedaba condicionada por los medios de comunicación estableciendo una suerte de reflejo pavloviano que provocaba que cualquier mención de lo sucedido en Waco tuviera como respuesta la imagen mental de un grupo de fanáticos autoinmolándose en medio de las llamas. Esta imagen errónea, demonizadora y estereotipada, era el prerrequisito para justificar el genocidio de un grupo marcado para la extinción y que -al margen de sus miserias, que las tenían y muchas- tuvo la desgracia de encontrarse en el camino de intereses y poderes de los que nada sabían.
Cuestión de imagen
Los davidianos eran una escisión de los Adventistas del Séptimo Día. El grupo se estableció en Waco a mediados de los años treinta. A principios de los sesenta, el grupo compró el rancho Monte Carmelo y lo tomó como su lugar de residencia. Los davidianos y su líder espiritual desde f¡nales de los ochenta, David Koresh, practicaban un tipo de religión completamente diferente de la de otros cristianos. Sus ritos y reglas matrimoniales eran diferentes y su sistema de propiedad no tenía nada que ver con el del resto de los estadounidenses. Pasaban la mayor parte del tiempo en las instalaciones del rancho dedicados al estudio de la Biblia bajo la tutela de David Koresh. Eran diferentes, muy diferentes, pero no hostiles ni peligrosos. En las entrevistas que concedieron antes de su enfrentamiento con las autoridades daban la sensación de ser gente cortés, razonable y con puntos de vista sumamente ponderados. Hay que recordar que no estamos hablando de una secta destructiva de nuevo cuño, sino de una comunidad religiosa muy arraigada y con una tradición a sus espaldas. De hecho, existe un gran desacuerdo entre los diferentes expertos sobre si los davidianos eran una secta destructiva o, por el contrario, se trataba de una religión legítima, debate que, por otra parte, nadie se planteaba antes de los sucesos de Waco. Si no, veamos lo que decía al respecto Jack Harwell, el sheriff del condado de McLennan: “Lo que allí había era un puñado de mujeres, niños y personas mayores, todos ellos buenos, buena gente. Tenían creencias diferentes de los otros, creencias diferentes de las mías, quizá. Creencias diferentes de las que rigen nuestro estilo de vida, sobre todo en las religiosas pero básicamente eran buena gente. Los visitaba frecuentemente y no daban ningún problema, eran gente casada que siempre andaba ocupada en sus propios asuntos. La comunidad jamás tuvo queja de ellos, siempre se mostraban solícitos y atentos. Me gustaban”.
A lo largo de las seis semanas que duró el asedio de la ATF y el FBI al rancho de los davidianos, los medios de comunicación se llenaron de testimonios de agoreros y avisos apocalípticos que anunciaban el inminente suicidio de los davidianos. Todo ello contribuía a dar al cada vez más inminente asalto de las tropas federales el aura de una intervención humanitaria destinada a evitar una tragedia aún mayor. Durante el asedio, volviendo a utilizar las técnicas que ya habían empleado para sacar a Manuel Noriega de su fortaleza panameña, los federales apelaron a toda una variedad de elementos de guerra psicológica contra los sitiados. Potentes altavoces emitían día y noche sonidos enervantes como chillidos de conejos al ser degollados, cantos de monjes tibetanos, villancicos, el rugir de aviones de reacción y, sobre todo, la repetición una y otra vez de la canción de Nancy Sinatra “These boots were made for walking”. No es de extrañar que con estos planteamientos el operativo recibiera el nombre en clave de Show Time.
La estrategia del asedio demostró ser tan extravagante como poco apropiada. El sentido de persecución es la clase de argamasa que mantiene unidas a las personas que pertenecen a grupos atípicos. Perversamente se les ofrece la prueba de que son especiales haciéndoles pensar que el “odio” del mundo es para ellos prueba del amor de Dios. La machacona melodía de Nancy Sinatra y los cantos tibetanos no hacían sino reforzar la fe de quienes vivían en el campamento davidiano. Es fácil imaginárselos sentados en la oscuridad fétida, sin luz ni agua desde hacía días, pero regocijándose de que Dios los había escogido para ser perseguidos. Por las noches, potentes reflectores apuntaban directamente a las ventanas del rancho para dificultar aún más el descanso de los sitiados. Las tropas federales ni siquiera tuvieron un mínimo rasgo humanitario cuando el propio David Koresh les suplicó que les suministraran leche materna para poder alimentar a los bebés, ya que el estado de malnutrición en el que se encontraban las madres imposibilitaba que pudieran alimentarlos adecuadamente dándoles el pecho. Linda Thompson, abogada de los davidianos, intentó interceder ante los sitiadores con las siguientes palabras: “Por el amor de Dios, ¿acaso el gobierno de Estados Unidos quiere que esos niños mueran de inanición?”. La respuesta que recibió la dejó helada y le hizo comprender que a duras penas sus clientes saldrían con vida de aquel rancho: “Sí”.
El asedio en sí se desarrolló con una inusitada dureza. El día que comenzó el cerco, uno de los davidianos, Mike Schroeder, había dejado el rancho por la mañana para ir a trabajar como de costumbre. Incluso se cruzó con el convoy policial sin que los agentes hicieran nada por detenerlo. Hasta bien entrado aquel día Schroeder no supo nada de lo que estaba sucediendo en el lugar donde vivía. Cuando intentó volver a casa fue asesinado por la espalda por no menos de once agentes mientras intentaba escalar la verja metálica. Su cuerpo acribillado quedó allí colgando durante días, a la vista de su esposa e hijo, que estaban dentro de la casa. Los federales finalmente lo quitaron de la verja empleando un gancho manejado desde un helicóptero y dejándolo caer en un campo cercano al rancho, donde fue devorado por los peros salvajes y los buitres.
Los sitiados recibían a diario mensajes contradictorios por parte de sus sitiadores. Por un lado, el FBI instaba a los ocupantes del rancho a deponer las armas y salir pacíficamente del recinto. Sin embargo, el 17 de Abril el portavoz de la ATF declaraba que cualquiera que intentara abandonar el complejo sería considerado una amenaza potencial para los agentes y, como tal, se dispararía contra él, algo que pudo comprobar en carne propia uno de los davidianos, que aquella noche intentó abandonar el rancho a través de una de las ventanas de la cocina y vio frustrado su intento por los disparos de los agentes federales.
Guerra psicológica
El propósito de esta operación era poner en práctica las más clásicas técnicas coercitivas de lavado de cerebro, minando las facultades mentales de los sitiados y sometiéndolos a un vacío de información que los hacía cada vez más dependientes de David Koresh y, por tanto, reafirmaba su propósito de resistencia. Fue el propio FBI quien por culpa de la aplicación de una metodología errónea provocó la degeneración de la situación allí planteada. Eso ya de por sí es grave, pero más aún si pensamos que en el rancho había mujeres y niños que, a todas luces, debían ser considerados en una situación de este tipo como rehenes civiles. Niños que en el dramático desenlace de los acontecimientos terminaron engrosando la lista de víctimas, niños que fueron torturados durante las seis semanas de asedio sufriendo las mismas condiciones inhumanas que sus padres, sin luz, agua corriente o alimentos.
Otro hecho realmente sorprendente es que documentos recientemente dados a conocer ponen de manifiesto que los propios psicólogos del FBI desaconsejaron por completo el empleo de estos métodos.
El sitio comenzó el 28 de Febrero cuando los responsables de la ATF, ante los insistentes rumores que apuntaban hacia la desaparición de la agencia, que quedaría absorbida por el FBI, deciden llevar a cabo una operación espectacular que los devuelva a las primeras planas de los diarios y sirva para limpiar su imagen. El objetivo en cuestión serían los davidianos, los cuales, según los informes que poseía la ATF, estaban acumulando un gran número de armas. Esto era cierto. Con la excusa de defenderse ante un eventual ataque de los davidianos expulsados comenzaron a comprar armas automáticas a destajo, lo cual está permitido por la ley del Estado de Texas, el más permisivo de todos los de la unión en cuanto a la venta y tenencia de armas. En 1992 las autoridades federales decidieron investigarlos porque recibieron información de que estaban produciendo ametralladoras, lo que sí es ilegal en este Estado, aunque más tarde no se pudo encontrar evidencia alguna de la existencia de tales armas. Curiosamente, de haber sido verdad los alegatos, la pena en el Estado de Texas por la posesión de una ametralladora sin licencia es una multa de 200 dólares y la requisa del arma. Para colmo, Paul Fatta, uno de los davidianos que vivían en el rancho, era titular de una licencia comercial de clase III, que significaba que legalmente podía vender, comprar o almacenar cualquier clase de arma de fuego. Fatta no se encontraba en el rancho el día del asalto, y en la actualidad comparte con Bin Laden el ranking de los diez individuos más buscados por el FBI, con el epígrafe de “armado y extremadamente peligroso”.
Más curioso aún es comprobar que la única orden de detención que llevaban los agentes de la ATF había sido emitida contra David Koresh. Oficialmente, la ley no tenía nada en contra del resto de los habitantes del rancho. ¿Por qué entonces movilizar un operativo de cien agentes y tres helicópteros para una simple detención?. ¿Por qué no se arrestó a Koresh en uno de sus muchos viajes al pueblo o cuando hacía footing todas las mañanas?. El propio Koresh se dio cuenta de esta incongruencia: “Hubiera sido mejor que me hubieran llamado por teléfono y hubiéramos hablado. Yo no hubiera puesto ningún impedimento para que vinieran e hicieran su trabajo. (...) Podrían haberme arrestado cualquier día mientras hacía footing por la carretera, yendo al pueblo o yendo al centro comercial. (...) Pero querían demostrar que la ATF tiene poder para sacar a alguien de casa, derribar puertas a puntapiés y cosas así”.
Venganza
James L. Pate, en un artículo publicado en la revista “Soldier of fortune”, sugiere que la principal motivación de la ATF era la venganza. Koresh era un conocido militante en pro de la tenencia de armas de fuego y contrario a la ATF. Más probable es que se tratara de una operación de relaciones públicas, una redada de chiflados que, con toda seguridad, apenas pasarían unas horas en las dependencias policiales tras ser interrogados. Lo importante era que las cámaras de televisión acompañarían a los hombres de la ATF y dejarían constancia de su celo en proteger a la sociedad de tales fanáticos armados. La operación tenía el nombre en clave de Caballo de Troya. El reportero Mike Wallace, del prestigioso programa “60 Minutos”, fue uno de los periodistas a los que se permitió acompañar a las tropas de la ATF en el asalto inicial: “Casi todos los agentes con los que hablamos nos manifestaron su creencia de que el ataque inicial contra aquella secta en Waco era un truco propagandístico...”. Durante el juicio, varios agentes de la ATF declararon que uno de los oficiales al mando de la operación gritó, al bajar de los camiones, “comienza el espectáculo”. Sin embargo, la operación estaba condenada al fracaso. David Koresh había recibido una misteriosa llamada telefónica anónima avisándole de la llegada de los agentes federales, una llamada en la que se le advertía que más que una redada aquello iba a ser una masacre ya que los agentes tenían órdenes de disparar primero y preguntar después. Mucho se ha especulado con la procedencia de esta llamada, cuyo origen no ha podido ser determinado. La existencia de este aviso la conocemos a través del propio director de la ATF, Stephen Higgins, quien habló de ello en el transcurso de una entrevista televisiva.
El caso es que, fuera obra de un reportero desaprensivo que se aseguraba de esta manera la posibilidad de filmar el tiroteo en directo, o debida a oscuros intereses políticos que pretendían dejar en ridículo a la ATF, el efecto del aviso no fue otro que conseguir que una comuna de fanáticos religiosos armados hasta los dientes estuviera esperando lo que ellos creían que era un ataque indiscriminado en el que la ATF tenía órdenes de no tomar prisioneros. Miedo, fanatismo y armas constituían un cóctel explosivo.
Los SWAT (Special Weapons And Tactical team) de la ATF llegaron a Monte Carmelo con un elaborado plan de asalto que debía desarrollarse en menos de un minuto. Tres equipos de televisión tuvieron ocasión de grabar el recibimiento que los davidianos ofrecieron a unos atónitos agentes que creían que el factor sorpresa estaba de su parte. La emboscada se saldó con cuatro agentes muertos y dieciséis heridos. Los davidianos sufrieron seis bajas en este primer asalto.
Si alguien había pretendido dejar en ridículo a la ATF no podía haberle salido mejor la jugada. Más de la mitad de los heridos en la refriega lo fueron por fuego amigo. Uno de los fallecidos, el agente Stephen Willis, encontró la muerte cuando uno de sus compañeros le disparó accidentalmente con su fusil de asalto, y otro de los agentes se hirió a sí mismo en la pierna.
De esta forma se inició un cerco que duró 51 días, y en el que participaron el ejército, el FBI, la policía de Texas y la propia ATF. Tras congelarse las negociaciones, el 19 de Abril de 1993 se dio la orden de entrar. Curiosamente, aquel día se cumplía el cincuenta aniversario del incendio del gueto de Varsovia por parte de los nazis. Un tanque rompió el muro exterior y la pared de la casa, disparando gases lacrimógenos al interior. Los davidianos tuvieron que sufrir un ataque de ocho horas con gas CS, un compuesto altamente tóxico e inflamable.
CS
El gas CS es un polvo cristalino de color blanco que causa una violenta irritación de los ojos, quemaduras en la piel, vómitos y graves problemas respiratorios que, en casos de intoxicación aguda, pueden llegar a producir la muerte. Estados Unidos, junto con otras cien naciones, había firmado en Enero de 1993 un tratado que prohibía el uso bélico del gas CS. El profesor de Harvard doctor Alan Stone testificó lo siguiente ante el Congreso estadounidense: “Puedo dar fe del poder del gas CS para inflamar rápidamente ojos, nariz y garganta, producir ahogamiento, dolor en el pecho, y náusea en varones adultos saludables. Es difícil de creer que el gobierno norteamericano haya querido deliberadamente exponer a veinticinco niños, la mayoría de ellos bebés y niños muy pequeños, a la acción del CS durante cuarenta y ocho horas”.
El toxicólogo William Marcus testificó ante el Congreso de Estados Unidos que la molécula del gas CS contiene un “radical de cianuro” que podría haber sido absorbido a través de la fina piel de los niños provocándoles la muerte. Además, el CS se convierte en un compuesto letal cuando se quema. De hecho, en los cuerpos de los supervivientes se encontraron niveles anormalmente altos de cianuro. El doctor Marcus también indicó que el gas CS es una partícula pesada que sólo permanece suspendida en el aire durante un breve período, quedando a ras del suelo durante el resto del tiempo, por lo que está contraindicado para su utilización en espacios cerrados, donde puede alcanzar fácilmente concentraciones entre 10 y 100 veces superiores a las correspondientes al margen de seguridad.
Los estadounidenses tardarían mucho en olvidar aquel fin de semana de Abril de 1993, el más sangriento de su Historia reciente hasta los sucesos del 11-S. Primero, el coche bomba en el estacionamiento del World Trade Center y, poco después, el asalto de Waco: la CNN cubrió el suceso con sus habituales tintes propagandísticos, intercalando videos que mostraban el humeante edificio, mientras un enjambre de agentes de la ATF, protegidos por sus trajes de kevlar, se disponía a asaltar el complejo. La confusión era enorme y nadie sabía a ciencia cierta qué estaba sucediendo. Finalmente, a mediodía, justo cuando varios tanques M-60 iniciaban el asalto del rancho, una densa humareda se levantó desde el edificio principal, produciéndose una serie de fuertes explosiones que culminaron con la muerte de 87 personas; sólo lograron salvarse diez de los ocupantes de Monte Carmelo.
En primera instancia, el público asistió perplejo a esta demostración de demencia histérica hasta el momento inédita en aquel país: sectarios locos e integristas islámicos no menos locos constituían estereotipos fáciles de digerir por el público. El FBI inmediatamente anunció que dos de los miembros de la secta habían confesado ser los culpables del incendio. La oficina de investigación matizó más tarde estas declaraciones, afirmando que nadie había confesado aún ser el autor del incendio, pero que pronto lo harían ya que los francotiradores del FBI los habían visto personalmente hacerlo. Edwin S. Gaustad, en su libro “A documentary history of religion in America since 1865”, refleja la opinión de un gran número de expertos respecto de que lo ocurrido en Waco fue un suicidio masivo inducido por David Koresh. La del doctor Gaustad, profesor emérito de la Universidad de California, es la “oficial” entre los especialistas en la materia.
Reglas de enfrentamiento
Más tarde se llevó a cabo una investigación “independiente” que, en efecto, incriminaba a los davidianos en la autoría del incendio, confirmando aparentemente el escenario de suicidio masivo que propugnaba la propaganda oficial. Pero la verdad sobre el incendio de Waco estaba muy lejos de ser revelada. De hecho, el investigador presuntamente independiente resultó ser un antiguo agente de la ATF, cuya esposa aún trabajaba en la oficina de Houston de esta agencia federal, dirigida por Phil Chojnacki, uno de los responsables del fiasco que fue el primer asalto al rancho de los davidianos.
Tuvieron que transcurrir muchos meses antes de que comenzaran a extenderse rumores que indicaban que la historia oficial podía no ajustarse exactamente a la realidad en muchos aspectos. Un teletipo de la agencia Associated Press, en el que se decía que el FBI había derribado a golpe de excavadora las ruinas del rancho de los davidianos y posteriormente enterrado los escombros bajo una gruesa capa de cemento, no contribuyó demasiado a inspirar la confianza de la gente. Las dudas sobre el origen del incendio que terminó con la vida de Koresh y 86 de sus seguidores comenzaron a surgir por doquier, especialmente debido a la chapucera forma en que las autoridades manejaron el caso. La matanza que tuvo lugar entre los davidianos de Waco comenzó a captar la atención del público, que ya dudaba de si la secta habría incendiado o no su propio rancho condenándose de esta manera a una muerte segura.
Por aquel entonces, Internet comenzaba en Estados Unidos su época dorada de mayor expansión. Para todos aquellos que tenían informaciones contrarias a la versión oficial de los hechos, el nuevo medio de comunicación les permitía difundir sus ideas de forma rápida y barata. Las diversas contradicciones que desacreditaban completamente la versión oficial comenzaron a aflorar. Como consecuencia de ello, oleadas de indignación recorrieron Estados Unidos y cada vez más gente se interesó por un tema que ya había sido teóricamente dado por zanjado. Surgieron demandas contra el gobierno por parte de familiares de las víctimas que se dieron cuenta de las contradicciones de la versión oficial, críticas de republicanos y demócratas contra la fiscal general del Estado, Janet Reno, y airadas protestas por parte de las minorías religiosas, las milicias y la poderosa Asociación Nacional del Rifle.
El detonante definitivo que hizo estallar este escándalo ante la opinión pública fue la presentación al público de un documental titulado “Waco, the rules of engagement” (Waco, las reglas de enfrentamiento). Se trata de una película de gran calidad, que metódica y convincentemente desarrolla cómo el gobierno estadounidense -no David Koresh- fue el causante del incendio fatal que consumió el rancho de los davidianos en Abril de 1993. Se trata de un poderoso alegato que a lo largo de dos horas presenta al público todas aquellas pruebas cuya existencia había sido negada hasta el momento por las agencias federales implicadas en el suceso.
El estreno del film tuvo lugar el 18 de Enero de 1997 en el marco del festival de cine independiente de Sundance, en Park City, Utah. Automáticamente, dada su altísima calidad cinematográfica, obtuvo un clamoroso éxito de crítica y público. La película recibió el espaldarazo definitivo cuando en Febrero de 1998 fue nominada por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas para el Oscar al mejor documental y un premio Emmy al mejor reportaje de investigación. Dan Gifford, productor ejecutivo del documental, declaraba orgulloso ante la prensa: “Ningún medio de comunicación nacional ha dicho nada de la vergonzosa actuación del gobierno en el incendio del rancho de los davidianos ni de cómo éstos fueron tiroteados con ametralladoras y fusiles de precisión cuando intentaban salir del edificio en llamas, tal y como se muestra claramente en el video de vigilancia aérea del propio FBI y que está incluido en Waco, las reglas de enfrentamiento”.
La nueva revelación
Tal fue el éxito del documental, que en 1999 se estrenó su segunda parte, “Waco: The new revelation” (Waco: la nueva revelación), rodeada aun, si cabe, de mayor polémica que su antecesora debido a que en ella se concretaban más aspectos apenas sugeridos en la primera parte. Gracias a Michael McNulty, el director de estos documentales, hoy sabemos que se empleó gas lacrimógeno inflamable en el asalto final contra los davidianos, algo que el FBI negó con obstinación durante seis años hasta que el propio McNulty encontró las pruebas de que había sido así.
A lo largo de la película también podemos ser testigos de primera mano de la incoherencia de los negociadores del FBI a través de diversas filmaciones tomadas in situ. Minutos después de que los negociadores prometieran no cortar la electricidad como un incentivo por el progreso en sus negociaciones, los tácticos de FBI cortaron el suministro sin dar más explicaciones. El documental también pone especial énfasis en los videos tomados desde los aviones de reconocimiento que sobrevolaban el escenario de los hechos durante el asalto. En estas grabaciones, tomadas con cámaras infrarrojas, se aprecia una serie de llamaradas alrededor del rancho que los analistas piensan que son signos de fuego de fusil contra quienes intentaban abandonar el edificio en llamas. A raíz de esto, el ex-agente de la CIA, Gen Cullen declaró al diario Dallas Morning News que en las fechas previas al asalto se barajó la posibilidad de desplegar en secreto efectivos de la llamada Fuerza Delta en Waco, los cuales habrían sido finalmente los responsables de la virtual ejecución de los davidianos. La presencia de miembros de la Fuerza Delta en Waco es especialmente grave, ya que la legislación estadounidense prohíbe de forma expresa la actuación de militares en apoyo de las fuerzas del orden si no media la autorización del Congreso.
El gobierno afirma que los miembros de la Fuerza Delta se encontraban allí en calidad de asesores y que en ningún momento tomaron parte en las acciones contra los davidianos. Sin embargo, March Bell, que se encontraba al frente de la comisión de investigación sobre el asunto de Waco que había puesto en marcha el Congreso estadounidense, descubrió que los militares ejercían sus labores de “asesoría” desde sitios tan poco usuales como el interior de los tanques o los puestos de francotirador: “Cuando me hablan de asesores me imagino a alguien dando consejos en la mesa de una sala de conferencias”, declaró no sin cierta sorna el congresista.
El FBI se defendió de estas acusaciones alegando que los destellos que se veían en las imágenes se debían a “reflejos del sol”, poniendo como prueba el hecho de que no se podían distinguir las siluetas de los agentes tras los fogonazos, pero “olvidaron” mencionar que los trajes de asalto están especialmente diseñados para camuflar a quienes los llevan ante estos dispositivos electrónicos. Lo endeble de estas explicaciones fue puesto en su momento de manifiesto por el antiguo fiscal general Ramsey Clark, para quien la grabación infrarroja tomada desde el propio helicóptero del FBI demuestra que el FBI disparó un intenso fuego de ametralladora contra el rancho davidiano en llamas. El video infrarrojo también demuestra que los davidianos no dispararon contra los tanques como había informado el gobierno.
Buscando señales
Aparte de esto, las filmaciones fueron en su momento analizadas por el doctor Edward Allard, experto en interpretación de imágenes infrarrojas, quien dictaminó que las llamaradas proceden de hombres que se mueven por la parte trasera del edificio y que realizan lo que inequívocamente identifica como fuego de ametralladora. A través de un exhaustivo análisis fotograma a fotograma de estas imágenes, el doctor Allard estableció que los fogonazos se daban a intervalos extremadamente breves, en algunos casos de un treintavo de segundo: “Se trata inequívocamente de fuego automático (...) no hay absolutamente nada en la naturaleza que pueda causar rastros termales de esa intensidad en un treintavo de un segundo...”. El análisis del doctor Allard establece que las partes del edificio sometidas a un fuego más intenso fueron precisamente las salidas, y que se produjo fuego de ametralladora desde uno de los helicópteros que sobrevolaban la zona contra quienes pretendían escapar del rancho en llamas. Precisamente en una de esas salidas se encontraron quince cadáveres cosidos a balazos. Para explicar este hallazgo, el FBI declaró que los davidianos se habían suicidado, bien disparándose ellos mismos, bien disparando los unos contra los otros. En cuanto a los presuntos reflejos que según el FBI y la ATF habrían provocado la aparición de destellos en las filmaciones, el doctor Allard es categórico: “Con la física en la mano, es completamente imposible que aquellas cámaras registrasen reflejos solares de ningún tipo”. Es más, como buen científico, el doctor Allard no se limitó a ser categórico en sus afirmaciones, sino que, además, dio una demostración experimental de lo que decía, mostrando una filmación infrarroja de soldados estadounidenses en Somalia que disparaban sus armas mientras descendían en paracaídas sobre un objetivo. Pues bien, los destellos de las armas de los marines son virtualmente idénticos a los que aparecen en las filmaciones tomadas en Waco.
Otro experto, Maurice Cox, antiguo analista de imágenes de la CIA, intentó de buena fe apoyar los alegatos del FBI usando los principios de la geometría solar. Sin embargo, el informe de Maurice Cox concluía que los fogonazos que aparecían en las grabaciones sólo podían ser fruto de un tiroteo. En Enero de 1999 Maurice Cox desafió al director del FBI Louis Freeh y a sus científicos a que intentasen rebatir sus resultados. Hasta la fecha no ha habido ninguna contestación.
El FBI tenía tres francotiradores desplegados en el teatro de operaciones que recibían los nombres en clave de sierra uno, dos y tres. Como ya hemos comentado, el gobierno ha declarado categóricamente y ha repetido hasta la saciedad que no se produjo ningún disparo contra el rancho aquel 19 de Abril. Pero el agente especial del FBI Charles Riley escribió en su informe que oyó varias detonaciones aquella mañana procedentes de la posición del francotirador número 1. Se da la circunstancia de que en esa posición se encontraba el francotirador del FBI Lon Horiuchi. Como es casi seguro que a nadie le diga gran cosa este nombre, permítaseme poner rápidamente en antecedentes al lector.
Aproximadamente siete meses antes de los sucesos de Waco, el FBI se vio envuelto en otra intervención desastrosa en un lugar llamado Ruby Ridge. En aquella ocasión, Lon Horiuchi fue el francotirador del FBI que disparó contra una madre lactante desarmada, Vicki Weaver, y el hijo que llevaba en los brazos. Nunca se demostró que Horiuchi fuera el asesino, pero el gobierno indemnizó al esposo y padre de las víctimas con más de tres millones de dólares.
Desgraciadamente, no era la primera vez que algo así sucedía en Estados Unidos. En 1971 un motín en la prisión de Attica se saldó con muerte de todos los rehenes y participantes en el hecho. Las autopsias pusieron de manifiesto grandes lagunas en la versión oficial, sugiriendo que las tropas que asaltaron el centro penitenciario dispararon indistintamente contra rehenes y secuestradores.
El bunker de la muerte
En el caso de Waco, las autopsias revelaron algunos hechos estremecedores que contradecían las tesis oficiales. En Noviembre de 1993 el patólogo que hizo las autopsias de las víctimas, el doctor Rodney Crowe, declaró que los niños que habían fallecido a causa de traumatismos varios, y de los que el FBI afirmaba que habían sido matados a golpes por sus padres, fueron de hecho víctimas de la caída de un muro de hormigón derribado por un tanque tras el cual las madres pensaban que tendrían un refugio seguro. Esta parte del complejo, que los agentes del FBI denominaban “el bunker”, fue especialmente castigada por los ataques y allí murieron alrededor de 40 mujeres y niños. Nizaam Peerwani, un perito médico que testificó en el juicio de los davidianos (transcripciones: 5979, 6029), declaró que un elevado número de mujeres y niños que se encontraban en este cuarto de cemento murieron debido a la asfixia tras quedar enterrados bajo las ruinas de las paredes derribadas por los tanques.
Los cuerpos de los davidianos muertos fueron almacenados en contenedores frigoríficos para preservarlos el tiempo que fuera necesario hasta que se pudieran llevar a cabo análisis forenses más detallados que esclarecieran las circunstancias de sus muertes. Estos contenedores fueron puestos en su momento bajo la custodia del FBI. Sin embargo, alguien cometió un error imperdonable y durante varios días estuvieron sin suministro eléctrico. Los cuerpos que se guardaban en su interior se descompusieron rápidamente y perdieron cualquier valor que pudieran tener como prueba.
Conclusión
Este es el macabro epílogo de la tragedia de Waco y del encubrimiento por parte de las autoridades de lo que allí sucedió realmente. Aunque actualmente tenemos indicios más que suficientes para hacernos una idea de la barbarie cometida durante el asedio y asalto al rancho de los davidianos, sin embargo, las razones que llevaron a que se produjera semejante situación aún se encuentran veladas por el más profundo de los misterios. ¿Se debió la tragedia a un cúmulo de errores por parte de las tropas federales?. ¿O fue algo premeditado, una especie de ensayo general del procedimiento para quitar de la circulación a grupos disidentes armados potencialmente peligrosos, como las milicias de extrema derecha?